Empujé la puerta del salón de banquetes.
Las mesas rebosaban de comida, pero yo no tenía ni pizca de hambre.
Después de diez horas de viaje y otras cuatro bajo la lluvia, sentía el cuerpo cargado como una losa.
En la fiesta, nadie parecía verme.
Las conversaciones siempre terminaban en lo mismo: anécdotas de la escuela de lobos, problemas de la manada... y, al final, todo volvía a Diego y Paula.
Su historia se colaba en cada palabra, en cada mirada cómplice, en cada sonrisa compartida.
Yo no era más que una sombra.
Cuando al fin terminó la celebración, seguí a Diego hasta su casa en la frontera.
La casa era sencilla, con pocos muebles, impecable y luminosa, justo como a él le gustaba.
Lo único que rompía tanta frialdad era un cojín rosa dejado en el sofá.
Diego abrió un armario y sacó unas pantuflas nuevas para mí.
Pero junto a la puerta vi otras pantuflas, gastadas por el uso: eran de mujer, idénticas a las que él llevaba puestas, claramente un par.
—Ya mandé traer cosas nuevas de aseo, siéntate un momento —dijo en voz baja—. Vi que no probaste bocado, voy a prepararte algo.
Siempre tan atento, tan correcto... parecía que me quería, aunque nunca me tocara.
Pero ahora lo veía claro: todo era un espejismo.
Lo miraba en la cocina, moviéndose con esa naturalidad que alguna vez me sedujo, y sin pensar tomé el cojín entre las manos.
En una esquina, bordado con hilo dorado, estaba escrito: "Que mi Alfa tenga dulces sueños todas las noches. Regalo de Paula."
Lo dejé otra vez en el sofá. Me quemaba por dentro, pero por fuera no se me movía ni un gesto.
Aunque ya había decidido soltarlo, el corazón me latía con un dolor que me partía por dentro.
Seis años de amor no se borran de un plumazo, por más que una lo decida.
El cansancio me venció y me dejé caer en el sofá.
En ese momento vibró mi celular: era un número desconocido.
Abrí el mensaje y en la pantalla había una foto.
Diego, cubierto de sangre en el campo de batalla, seguía erguido e imponente.
En sus brazos, Paula se acurrucaba contra su pecho, con el rostro iluminado de felicidad. Él, siempre atento, vigilaba cada movimiento a su alrededor.
¿Así había sido el famoso rescate de Paula?
Antes de reaccionar, llegó otro mensaje:
"Ay, disculpa, quería mandarle esta foto a un amigo y me equivoqué. Pero ya viste el mensaje, ¿no? No te enojes, fue un accidente."
La falsa disculpa me dejó un nudo en el estómago.
Todo lo que soporté durante años se vino abajo en un segundo, destruido por esa provocación barata.
Escuché ruidos en la cocina y guardé el celular a toda prisa.
Cuando Diego volvió con un tazón de sopa, parecía no haberse dado cuenta de nada.
—Prueba, a ver si te gusta.
Lo recibí sin levantar la mirada y, con voz temblorosa, solté:
—¿Puedes decirme qué pasa entre tú y Paula?
Él me sostuvo la mirada, tranquilo:
—Paula es mi amiga de toda la vida, crecimos juntos. Por cosas de la vida tuvo que casarse en otra manada, pero hace un año regresó.
Bajé la vista, probé la sopa y, casi en un susurro, dije:
—¿Solo eso?
El tono le cambió de golpe, más duro:
—¿Qué esperas que sea? Paula nos dio información clave en la guerra, es una aliada. Ser amable con ella es lo mínimo. Fiona, deja ya de darle vueltas. Eres mi compañera destinada, la Luna de la manada. ¿Qué más quieres?
—¿O es que no confías en mí... ni en lo que la Diosa de la Luna decidió?
Sus palabras, como siempre, eran tajantes, llenas de certezas que cerraban toda puerta al amor.
Para él, lo nuestro nunca fue amor, sino un deber, algo que la Diosa de la Luna y la manada nos impusieron.
Esa noche compartimos la cama, pero con una manta en medio. Tan juntos... y tan lejos al mismo tiempo.
De repente, sentí su mano cubrir la mía.
Me quedé rígida. En cinco años nunca había buscado contacto, y ahora, por primera vez, él daba el paso.
El vínculo inevitable entre compañeros destinados aceleró mis latidos y me encendió el rostro.
Contuve el aliento.
¿Por fin iba a caer la barrera entre nosotros?
Pero sus siguientes palabras me helaron por dentro, como un balde de agua helada:
—Fiona, quiero quedarme más tiempo en la frontera. No voy al centro todavía.