Después de que Diego se fue, empecé a ajustar mis horarios de trabajo para no cruzármelo.
Poco a poco, la rutina parecía volver a la normalidad.
Ese día, antes de marcharse, había dejado el anillo de piedra lunar sobre la mesa, en silencio.
Recién hoy me di cuenta. Lo miré un instante, luego busqué una cuerda y lo convertí en un colgante.
Al final, se lo colgué al perro.
Más tarde, cuando desperté de la siesta, vi que tenía un mensaje en el celular.
Era de Paula: me citaba en una cafetería.
Al principio ni pensaba responderle, pero enseguida mandó otro: "Si no vienes, voy a tu trabajo y vemos quién queda peor."
La amenaza me pareció barata, pero igual fui. Quería cerrar este asunto de una vez.
A las cinco en punto, llegué.
Cuando me senté, noté que Paula se veía mucho más agotada. Tenía ojeras marcadas y esa postura arrogante que solía mostrar había desaparecido por completo.
Fue directa, con un tono desafiante:
—Fiona, me dijeron que Diego ha estado buscándote estos días. ¿Ya se te o