Diego había perdido mucho peso, y su rostro, que siempre había sido serio, ahora se veía aún más distante, casi imposible de leer.Cuando nuestros ojos se encontraron, él apagó el cigarro al instante.La fiesta estaba llena de gente, pero él caminaba directo hacia mí, sin dudar, con paso firme.—Fiona, me arrepiento —dijo, su voz rasposa y una fragilidad que ni él mismo parecía notar.Lo miré, confundida por su cara pálida.Había cambiado, o tal vez no tanto. Seguía siendo ese Alfa imponente, con ropa sencilla, pero aún destacaba, dejando a los demás en la sombra a su lado.Pero yo ya no sentía nada por él.Lo miré a los ojos y, con la duda en la mirada, le pregunté:—¿Te arrepientes de qué?Él me miró en silencio y, con suavidad, dijo:—¿Empezamos de nuevo, te parece?Al escuchar eso, negué con la cabeza, sin dudar, dejando claro lo que pensaba:—No es posible. Ahora estoy mejor sola.Diego no parecía esperar una respuesta tan directa. Se quedó unos segundos desconcertado, pero como s
Leer más