Pavel estaba llevando a Natalia a un punto sin retorno, y como yo aún no le había contado todo lo que había descubierto, él no alcanzaba a dimensionar la magnitud de lo que ella había vivido. En cambio, yo sí estaba armando todas las piezas del rompecabezas en mi cabeza, y cuanto más entendía, más repugnante me parecía. Una atrocidad.
Posiblemente, los hombres que integraban el clan de la familia de Natalia sabían lo que sucedería una vez que la vendieran y el beneficio que conseguirían al demandar por incumplimiento de contrato.
Y si, eso debió pasar porque si aquellos bastardos habían sido capaces de vender a su propia esposa, solo por haberlos contrariado, ¿cómo no iban a permitir que a la hija que nació de aquella situación?
Todo cobraba sentido ahora. Por eso Natalia me dijo que se hizo cargo de criar a sus hermanas: porque su madre, marcada para siempre por lo que había vivido, jamás logró recuperarse.
—Vamos, pequeña—le dije en voz baja, tratando de suavizar la tensión—. Todo e