Mundo ficciónIniciar sesiónEl sol estaba saliendo apenas. Aura sintió que el agotamiento la golpeaba, un peso físico sobre sus hombros, pero la adrenalina del dinero y la misión cumplida la mantenían en pie. Había terminado. Se puso su abrigo, sintiendo el vacío bajo la piel donde la humillación aún picaba, y tomó su bolso. Lo había conseguido. Ahora, cada segundo la acercaba a la curación de Lía.
Necesitaba despejar su agenda. Se dirigió al hall de "El Oráculo," su teléfono en la mano, y marcó el número de Silvana, su mejor amiga y colega fisioterapeuta.
El reloj de su teléfono marcaba las 5:30 AM. Silvana contestó al quinto tono, su voz era un murmullo somnoliento y preocupado.
—¿Hola? ¿Quién llama a estas horas?
—Silvana, soy yo, Aura. —La voz de Aura era apenas un susurro, cargado de una emoción indescifrable.
—¿Aura? Dios mío, ¿qué ocurre? —Silvana despertó de golpe, la alarma en su voz palpable—. ¡Son las cinco de la mañana! ¿Te pasó algo? ¿Le sucedió algo a Lía?
—No, no... escucha, necesito un favor, un favor enorme. Lía está bien ahora. Acabo de conseguir el dinero, Silvana, lo conseguí. El trasplante es inminente.
—¡Aura! ¡Qué increíble noticia! Pero, ¿por qué me llamas tan temprano?
—Tengo que correr al hospital ahora mismo. Vamos a ingresar a Lía. La cirugía podría ser muy pronto…mañana, o…incluso hoy. Necesito que cubras mi turno de hoy, el de la mañana y el de la tarde. Te pagaré las horas dobles, lo que quieras, pero...
—¡Cállate, tonta! —Silvana la interrumpió con ternura y firmeza—. Por supuesto que te cubro. Lo que haga falta. No tienes que pagarme nada. Lía es lo primero. Solo anda y céntrate en tu niña. Avísame de cómo va todo.
—Gracias, Silvana. Eres la mejor.
—Ahora ve. Ve con tu niña…Que todo marche bien, amiga. Te quiero mucho.
La máscara de agotamiento volvió a caer sobre su rostro, pero una determinación feroz la impulsó. Tenía el dinero, Silvana la cubría en el trabajo. Ahora, solo quedaba el hospital. Corrió a su coche y condujo con la adrenalina del miedo y la esperanza, cada semáforo era un tormento. Apenas se atrevió a llamar a Elvira, solo un mensaje: “Elvira, voy en camino. Por favor, prepara a Lía y prepárate tú también. Las recojo para ir al hospital”
Elvira leyó el mensaje. La brevedad inusual, unida a la mención repentina de Lía y la palabra "hospital", la dejó extrañada y profundamente preocupada.
Sabía que un mensaje tan escueto y directo era señal de que algo importante, y urgente, debía estar ocurriendo. No era momento para preguntas. Respondió con un simple, seco y obediente:"Ok."
De inmediato, y con el pulso ligeramente acelerado, se dispuso a cumplir con aquella petición dejando a un lado sus dudas para enfocarse en la preparación.
Al llegar, Aura encontró a su madre de elección y a Lía esperando en la entrada, sus rostros tensos bajo la luz pálida de la mañana. Aura no dudó; se lanzó hacia ellas.
—Aquí estoy, cariño —dijo Aura, abrazando a su hija con fuerza. Elvira la miró con preocupación, notando el cansancio extremo y la tensión detrás del velo de serenidad de Aura.
—¿Qué sucede, Aura? ¿Por qué llegas a esta hora? ¿Qué ha pasado para que me escribas así? —susurró Elvira, tocando la mano de Aura.
Aura respondió con una lágrima silenciosa y contenida recorriéndole la mejilla: —¡Lo he conseguido, Elvira! ¡Tenemos que ir de inmediato al hospital!
Una hora después, las tres estaban en el consultorio del doctor Herrera, especialista en pediatría visual, un hombre de mediana edad con un aire paternal. Era el médico de Lía desde que se le diagnosticó su enfermedad hace tres años. El Hospital Oftalmológico Altea, era uno de los centros de especialidades oculares más prestigiosos de la región.
—Hola, campeona. ¿Qué te parece si vas un momento a la sala de juegos? Quiero hablar un momento con tu mamá sobre lo fuerte que eres —dijo, dirigiéndose a Lía con palpable cariño y admiración.
Lía, que solo veía sombras y destellos, apretó la mano de su madre con emoción.
—¿De verdad? ¿La de las pelotas?
—La de las pelotas y los toboganes —confirmó el doctor, sonriendo.
Lía soltó una carcajada cristalina y se fue acompañada por Elvira. En cuanto la puerta se cerró, el silencio se apoderó del pequeño consultorio.
Aura se inclinó hacia el escritorio. La máscara de la noche había desaparecido. Solo quedaba la madre desesperada.
—Doctor —su voz apenas era un hilo, traicionada por la noche sin dormir y la ansiedad. —Necesito que sea sincero. Después de la última revisión, ¿es... es muy grave?
Herrera se ajustó las gafas y suspiró.
—Aura, la sinceridad es vital aquí. El queratocono ha avanzado de forma alarmante en el último mes. Lía está perdiendo densidad corneal muy rápidamente. Si no hacemos el trasplante pronto, existe un riesgo real de que la pérdida de visión sea irreversible. No podemos esperar más. De hecho, la situación es crítica: tenemos dos córneas compatibles listas en el banco de tejidos, pero solo podemos mantenerla viable hasta dentro de dos días. Si no se usa en ese plazo, se pierde y, Aura, hay una lista de pacientes…
El corazón de Aura se encogió, pero ya no había terror. El diagnóstico confirmó el horror de su sacrificio, pero también su urgencia.
Ella sacó de su bolso un cheque personal. Era el cheque que Ramiro Zúñiga le había entregado en blanco. Su firma le daba el peso de una garantía. No era un cheque de gerencia, pero la cuenta de la que provenía estaba tan blindada y era tan solvente que valía tanto o más que cualquier cheque certificado. Aquel pedazo de papel, con esa firma, era dinero en efectivo en mano, sin preguntas ni demoras.
La cifra ya estaba inscrita, trazada con su propia mano y reflejaba el monto exacto por el cual había negociado el uso de su cuerpo aquella noche: Doscientos mil dólares ($200,000.00 USD).
Ni un dólar más ni un dólar menos.
—Aquí está —dijo, su voz resonando con una autoridad que no había tenido en mucho tiempo. —Ya tengo el dinero para el trasplante.
El doctor tomó el comprobante con manos temblorosas, su rostro pasando de la preocupación a la incredulidad. Miró la enorme cifra, la prueba irrefutable, y luego miró a Aura, una mujer con ojos hundidos por el agotamiento, pero con una voluntad de hierro.
—Aura... Esto es... un milagro.
—Solo proceda , doctor —insistió ella, las lágrimas que por fin podían brotar, llenas de alivio. —Mi hija lo necesita.
Herrera tomó aire y, asintiendo, marcó un número en el teléfono.
—Aura —dijo, segundos después—. Acabo de hablar con el banco de tejidos. Dada la urgencia por el tiempo de viabilidad que tenemos... la cirugía de Lía ha sido programada para hoy mismo.
Aura se llevó las manos a la boca, intentando contener un sollozo que le quemaba en el pecho. No eran lágrimas de dolor; era la liberación de meses de terror. Lo había conseguido. El sacrificio, la humillación, la noche con Ramiro Zúñiga, todo había valido la pena.
El anuncio del doctor, golpeó a Aura con la fuerza de una certeza ineludible. No había margen para el miedo, solo para la acción.
—Sí. Proceda.
—Muy bien, Aura —dijo, con un tono más firme y operativo—. En este momento, vamos a disponer todo el equipo quirúrgico. Ya he alertado al personal de quirófano y a los anestesiólogos. Procederemos a preparar a Lía de inmediato para la operación. Estará en las mejores manos.
Tras decir esto, se levantó con paso rápido, dejando claro que el tiempo de las conversaciones había terminado y el tiempo de la acción había comenzado.
La noticia desencadenó una frenética actividad. Aura se dirigió a la sala de juegos para buscar a Lía.
—¡Lía! —Aura se arrodilló, y su voz estaba tan llena de emoción que la niña se sobresaltó.
—Mamá, ¿ya terminaste? —preguntó Lía, su voz inocente y curiosa.
—Sí, cariño. Y tengo la mejor noticia del mundo. —Aura tomó las manos de su hija, sosteniéndole la mirada nublada. —El médico ha dicho que va a arreglar tus ojos. ¡Pronto tendrás tus ojitos sanos! Vas a poder ver el color azul del cielo y el cabello rizado de la Abuela Elvira.
Lía parpadeó. La noticia, aunque abstracta para ella, generó una inmensa alegría.
—¿Voy a ver la tele? ¿Como los otros niños? —Su voz era un hilo de esperanza.
—Todo, mi amor. Vas a ver todo.
La emoción de Lía era contagiosa. Los minutos siguientes fueron de instrucciones médicas rápidas. Debían internar a Lía de inmediato. Aura firmó los formularios de consentimiento para la cirugía, cada trazo de la pluma reafirmando el contrato que había sellado con su cuerpo.
Mientras Lía era llevada a su habitación, Aura y Elvira la acompañaron. En la habitación del hospital, limpia y con una ventana luminosa, Lía se acostó en la cama,sintiéndose una "paciente importante," su mano pequeña sin soltar la de su madre.
—Mamá, ¿el color azul es muy bonito? —preguntó Lía, sintiendo la ansiedad de la espera.
—Es el color más bonito que hay, cariño. Es el color del mar y de tu vestido favorito. Y el color de tus ojos.
Aura se sentó junto a la cama, mirando cómo la niña, agotada por la excitación, se quedaba dormida. La observó con una intensidad voraz, como si quisiera almacenar cada detalle de su rostro antes de que sus ojos se abrieran al mundo. Las horas pasaban.
—Aura —susurró Elvira, acercándose a ella—. ¿Qué pasa con tu trabajo hoy, en la clínica?
Aura levantó la mirada, el cansancio y el alivio temporalmente visibles en sus ojos.
—Ya me ocupé de eso —respondió Aura, con un suspiro contenido—. Silvana me hará el favor. Ella sabe lo que ocurre. Me va a cubrir toda la guardia de hoy. Me dijo que no me preocupara por nada que no fuera Lía.
—Al menos una cosa menos. Ahora, por favor, trata de tomar un café o sentarte un momento. Ya no hay nada más que hacer salvo esperar.
Aura negó con la cabeza, sus párpados pesados. — Elvira …¿Y si pasa algo?







