Capítulo 103. El mejor regalo
Habían pasado dos semanas desde que el mundo de Ramiro Zúñiga se detuvo en aquel lobby de hotel para reiniciarse bajo sus propias reglas. El aire aquí era distinto; ya no olía a asfalto ni a la urgencia de la ciudad, sino a césped recién cortado, a pinos y al aroma dulce de los jazmines que trepaban por las pérgolas de madera.
La nueva casa era un santuario de cristal y piedra integrado en el corazón de un exclusivo country. Desde la terraza principal, la vista se perdía en una sucesión de colinas verdes que se fundían con el horizonte, donde el sol empezaba a teñir el cielo de tonos ámbar y violeta. El jardín, inmenso y cuidado, terminaba en una piscina de borde infinito que parecía derramarse sobre la naturaleza.
En la terraza, el ambiente era de una calidez absoluta. Ramiro estaba sentado en un amplio sillón de mimbre, con una copa de vino en la mano y el rostro más relajado de lo que nadie recordaba haberlo visto jamás. Aura no estaba sentada en otra silla; estaba allí mismo, en