Capítulo 34. De la gloria al humo.
Emilia seguía sentada en la cama, el anillo de Adriana aún caliente en su mano, cuando la puerta del dormitorio se abrió con un estrépito que hizo jadear a Carmen, que aún llevaba la bandeja en las manos.
—¡No, non, non! ¡Esto es inadmisible! ¡Un atropello a la dignidad, a la marca…
En el umbral, con una teatralidad que solo él podía permitirse, apareció Pierre Delacroix. Pierre era mucho más que el asistente personal de Emilia; era su confidente, su director de imagen y el curador de su guardarropa. Un hombre con un talento diabólico para la moda y un temperamento aún más volátil que el de su patrona. Iba vestido con una chaqueta de terciopelo morado y unas gafas de sol que, a pesar de estar bajo techo, se negaba a quitarse.
Pierre sostenía su teléfono móvil como si fuera una granada, con el rostro contorsionado por el horror.
—¡Emilia! ¡Mi vida, mi diosa! ¿Ya viste? ¿Ya viste el desastre en el que estamos hundidos?
Emilia cerró los ojos y se presionó el puente de la nariz. Su dolor