—Despierta, Axel, por favor…
Sus ojos celestes se abrieron de par en par. Una película de sudor cubría todo su cuerpo. El corazón le latía tan fuerte que sentía las palpitaciones en los oídos. No lograba sincronizar su respiración; sentía que se ahogaba con cada bocanada de aire. El dolor en el pecho, justo donde ahora tenía un hueco por donde había entrado la bala, le quemaba.
Unos ojos color sol y una voz dulce eran lo único que lograba recordar de su sueño, o de su pesadilla. No lo tenía muy claro. Se sentía como ambos: tan real y, al mismo tiempo, como si el momento en que su corazón dejó de latir en esa sala de cirugía hubiese ido al cielo, y esos ojos dorados pertenecieran a algún ángel.
Hacía ya dos semanas que se había despertado del coma, y todas las noches vivía la misma situación. Soñaba exactamente lo mismo. Los sedantes se los habían retirado poco a poco, pero esas alucinaciones persistían.
Solo le estaban suministrando analgésicos, que hacían muy poco. Tenía valoraciones