Freya apenas sintió el vértigo antes de que todo se volviera borroso. El grito de Laia rompió el beso que Kate le estaba dando a Axel.
—¡Freya! —exclamó Laia, impresionada y aterrada.
Si no hubiera sido por la reacción rápida de Axel, la castaña habría terminado desplomada contra el suelo. Nadie tuvo que decirle nada; por puro instinto, Axel la sostuvo entre sus brazos, procurando el mayor cuidado posible para proteger la prominente panza de Freya. La levantó con firmeza, sintiendo el peso de la urgencia y el miedo apoderándose de su pecho.
Por la misma puerta por la que habían salido minutos antes, regresaron corriendo al hospital, gritando por ayuda. Laia, pálida y temblorosa, los seguía de cerca, mientras un par de enfermeros acudían de inmediato.
—Póngala en la camilla, señor —indicó una enfermera a Axel, con voz firme pero comprensiva—. No puede entrar con nosotros, atenderemos a su esposa.
—Ella no es su esposa —intervino Kate, con tono cortante, pero nadie le prestó atención, n