Ahora era Freya quien, estaba de rodillas junto al cuerpo de Axel, pidiéndole a todos los dioses conocidos para que ese hombre abriera sus ojos, azules como el mar más cálido. Y pronunciará su nombre como solo él sabía hacerlo.
Todo esto había llegado muy lejos, todo esto era consecuencia de querer algo que, de por sí, nunca le había pertenecido. Ya había perdido tanto que con rabia en medio de sus rezos maldijo al Dios que la estuviese escuchando, era injusto, muy injusto, todo lo que había perdido. No podía seguir perdiendo. No quería seguir perdiendo.
Así pasaron las horas, los días y las semanas. Toda la vida de Freya se había reducido en obligarse a comer por la criatura que llevaba en su interior y rezar al lado del cuerpo sosegado de Axel. No sabía que le carcomía más los nervios, si la posibilidad de que Axel nunca abriera los ojos, o que perdiera a su tercer hijo. Su pasado y sus miedos hacían mella cada segundo.
— Posiblemente es estrés postraumático… — afirmaba con experi