La noche en el hospital era una mezcla de luces frías y murmullos. Una joven enfermera, con una sonrisa forzada, entró en la habitación de Freya.
—Buenas noches. Le traigo sus medicamentos —anunció, acercándose a la cama.
—Ya me los trajeron hace media hora —replicó Freya, algo desconfiada.
—Estos son otros que le acaban de formular —aclaró la enfermera, empujando suavemente los medicamentos hacia la boca de Freya y pasándole un vaso de agua.
Freya aceptó la medicina con resignación. Haber pasado la mañana con Axel le había dado una pequeña luz de esperanza. Él podía no recordarla, pero parecía estar cómodo a su lado, y eso bastaba por ahora.
Media hora después de la visita de la enfermera, una punzada aguda le atravesó las caderas. El dolor era electrizante, agotador, y le arrancó un gemido involuntario.
—¡Tengo contracciones! —gritó, presionando el botón de llamado con desesperación.
Una enfermera apareció casi de inmediato, percibiendo el dolor en el rostro de Freya. Con movimiento