Tres años después.
El crepúsculo dorado se extendía sobre el extenso jardín de la Villa Trembley, donde la vida se sentía abundante, cálida, libre de los fantasmas pasados. Era un día especial: risas de niños y voces mezcladas flotaban en el aire, entre juegos de pelota, carreras y el bullicio de una familia que, tras el dolor y la batalla, había encontrado un hogar compartido.
Freya Baker, radiante y serena, caminaba por el jardín apoyada en el brazo de Axel. Su figura, digna y elegante, mostraba la silueta inconfundible de un embarazo avanzado: gemelos, una niña y un niño que pronto llegarían a completar un sueño largamente anhelado. Sobre su vientre reposaban las manos protectoras de ambos, mientras sus ojos se cruzaban en silenciosas promesas.
A su alrededor, el jardín era una celebración multicolor: Jack organizaba un improvisado partido de fútbol con sus hijos y sobrinos; Fred deslizaba a los más pequeños por una colina de césped; Laia, Emma y Valeria conversaban entre risa