Capítulo 97. El brindis de Salvatore
Salvatore
Vuelven a entrar. Él con esa calma que ahora le queda como traje; ella con la frente limpia, el velo domado. La sala se endereza. Siento la sangre golpearme en la sien, como cuando uno decide por fin decir la verdad en voz alta.
Levanto la copa. Me tiemblan menos las manos que la boca. No espero silencio; me lo gano con el primer golpe de voz.
—Familia —digo—. Hoy casi nos roban la noche con humo y con papel. No lo permitimos. Pero a mí me toca otra cosa: pedir perdón.
La palabra cae pesada. Bien. Que pese.
—Perdón por los errores que cuestan cuerpos y confianza. Por el silencio cuando había que hablar. Por creer que el miedo de los míos se curaba con órdenes y no con presencia.
Alguien baja el volumen de la música. La red nos enfoca. Veo luces rojas encenderse en cámaras que antes buscaban sonrisa. Ahora buscan verdad. No aparto la mirada.
—A Alessia —sigo—: perdón por desconfiar de tu luz cuando más nos hizo falta. A Dante: perdón por empujarte a ser hierro cuando necesita