Capítulo 55. El filo en la sangre
Alessia
La habitación huele a papel nuevo y tela recién planchada. Sobre la cama, un abanico de blancos compite con el marfil, el champagne y un gris perla que me tienta más de lo que admito.
Extiendo un velo sobre el respaldo de la silla y lo dejo caer como una cascada de buen gusto. En la mesa hay muestras de encaje, punzones de pedrería, pequeñas tiras de satén etiquetadas con nombres de tonos que suenan a promesas: luna, almendra, hueso.
Abro el catálogo de invitaciones y paso las páginas con cuidado. Me detengo en una tipografía que dibuja nuestros nombres con una elegancia sobria. Imagino la noche, las luces bajas, el murmullo del brindis. Veinticuatro días. Una ciudad que arde. Un altar que no pienso ceder.
Pienso en nosotras —la mujer y la Reina— y en cómo se turnan en mi pulso. La mujer marca la tela con alfileres, sueña con un camino de pétalos; la Reina mide accesos, calcula salidas, elige dónde colocar guardias.
Me coloco de pie con una muestra de tul en las manos. La suje