Capítulo 17. El jardín de cristal
El carro avanza por las calles desiertas mientras el silencio nos envuelve. Miro por la ventana, aún con el eco de los golpes en mi piel y el miedo anclado en la garganta. Dante mantiene las manos firmes sobre el volante, pero noto cómo aprieta la mandíbula.
—¿Qué fue lo que te preguntaron? —pregunta con voz baja, sin apartar la vista del camino.
Respiro hondo antes de contestar. Recordar con miedo y desesperación no me hace sentir bien, pero sé que es necesario.
—Querían saber dónde está mi padre. No hablaban de ti, Dante. Solo de él.
Lo veo endurecerse. Sus dedos tamborilean apenas en el volante, pero no dice nada. Yo entiendo. Mi padre es el blanco. Yo soy el acceso. Y él también. Si me hacen daño, sus planes para los Montenegro se esfuman.
Llegamos a su casa. Desde que cruzamos la reja, noto la diferencia: guardias uniformados en cada esquina, luces estratégicas, cámaras que giran discretas. Aquí no hay espacio para que los buitres se acerquen. Por un instante, respiro.
Él baja pr