Capítulo 18. La amenaza velada
El amanecer en mi mansión no trae calma. El silencio se siente como una trampa, demasiado perfecto, demasiado limpio.
Camino por el pasillo principal con el eco de mis propios pasos. Anoche la tuve aquí, en mi casa, y aún puedo olerla en cada sombra. Alessia. La mujer que juré usar como pieza y que, maldita sea, me está carcomiendo la piel como un fuego lento.
Me asomo al ventanal. Los jardines se extienden con orden quirúrgico, pero dentro de mí no hay orden. Recuerdo su cuerpo temblando en mis brazos, su voz quebrada susurrando mi nombre. No puedo permitir que me desarme y, sin embargo, ya lo hizo.
Golpean la puerta. Enzo entra primero, Raffaele lo sigue. No necesitan presentaciones. Ambos saben que hoy definimos más que un movimiento: definimos la advertencia.
—Tenemos que hablar del matrimonio —dice Enzo, directo, práctico como siempre.
Me giro hacia ellos con lentitud, como quien arrastra la tensión a propósito. No oculto el filo de mi voz; dejo que cada sílaba pese, que cada pal