Capítulo 13. Lealtades quebradas
Salvatore
La oficina parece más un museo que un centro de poder. Los ventanales reflejan mi silueta alargada sobre el piso de mármol. Todo brilla, todo es elegante, pero vacío. Es una jaula dorada donde mi respiración se escucha demasiado fuerte. Acaricio el borde del escritorio de caoba como si pudiera absorber de él la fuerza que me falta.
El teléfono descansa frente a mí. Una llamada reciente sigue martillando en mi cabeza: voces frías, respuestas evasivas. Me hicieron sentir un actor secundario en un guion que alguna vez escribí. Me juraron lealtad, me ofrecieron confianza, y ahora se esconden detrás de silencios incómodos.
Marco otro número. El zumbido de la línea me pone los nervios de punta. Finalmente, alguien responde.
—Salvatore —la voz al otro lado es seca, sin el respeto de antes—. Los tiempos han cambiado. Necesitamos resultados, no promesas.
—Les di todo —respondo con firmeza, aunque siento la garganta cerrarse—. Caminos, contactos, rutas seguras. El negocio sigue en pie