Capítulo 107. Nieve y nombres
Dante
La escalera lateral es un secreto antiguo: angosta, con peldaños que crujen en un idioma propio, y un ventanuco que siempre revela un poco de cielo helado.
Me guían sin prisa; el guardia joven va delante, con la cara todavía limpia de odio profesional. Tiene esa mirada que cree en el salario y no en las causas.
Lo observo por el rabillo del ojo y cuento, internamente, las cicatrices de su uniforme: cuatro costuras mal hechas, sello de una lavandería de puerto, una mancha ligera de aceite en la manga derecha. Pequeños mapas de vida que lo delatan.
Subimos tres tramos. Al tercer descanso, me acerco como quien se tropieza con nostalgia y le hablo bajito, como si compartiera un secreto nuevo.
—¿Sabes qué empresa saca más combustible de aquí? —pregunto.
Se encoge de hombros. No quiere contestar.
—Su nombre sale en las facturas que pasan por tus manos —insisto—. «Fundación Puertos Claros». ¿Te suena?
Se detiene. La piel del cuello le tiembla al escuchar lo que cree que son palabras a