Nolan.
La cena era tranquila en la cabaña de Kael. La mesa estaba servida con sencillez: pan fresco, carne asada, y una botella de vino que Damián había traído “por si las cosas se ponían sentimentales”, según sus palabras. Aunque él no bebería, claro estaba.
No lo admitimos en voz alta, pero ambos sabíamos que lo decía por Kael. Faltaban pocos días para su encuentro con los usurpadores… y el ambiente estaba tenso, aunque nadie lo dijera con todas sus letras.
Kael cortaba su carne en silencio. Damián hablaba de alguna historia graciosa con sus aprendices, exagerando los gestos para hacernos reír. Yo reía, claro. No mucho, pero lo suficiente para no parecer un aguafiestas. El problema era que mi cuerpo estaba presente, sin embargo, mi mente no.
—¡Pásame la salsa! —exigió Damián, señalando el frasco.
—¿Cómo se dice? —Alcé una ceja.
—Vamos, Nolan. Sabes que me encanta comer carne con salsa de tomate —bufó, rodando los ojos.
—Hay una palabra mágica para que te la dé.
—¡Nolan! —refut