El carruaje avanzaba con la cadencia perfecta de los cascos de los caballos golpeando el camino. Mi mente saltaba de un pensamiento a otro, tan ensimismada, que apenas noté cómo William, con su típica distracción, se acercaba peligrosamente a mí. Sus roces, aunque sutiles, parecían cualquier cosa menos accidentes. Pero no dije nada. Estaba demasiado ocupada reviviendo mi última conversación con Bastian.
¿Es posible sentir algo tan complejo como el amor o el interés en tan poco tiempo?
Una sonrisa se dibujó en mis labios al responderme a mí misma.
—¿Mariella?
La voz de William rompió mi ensoñación.
—¿Sí? —respondí, con un titubeo.
Pareció darse por vencido ante mi vacilación, soltando un suspiro cargado de resignación antes de formular su pregunta, como si ya la hubiera repetido un centenar de veces:
—¿Te gustó la mañana que hemos pasado juntos?
La sinceridad tironeó de mi conciencia. Mamá siempre decía que la verdad debía prevalecer. Sin embargo, al ver la chispa de ilusión en los ojo