La lluvia golpeaba suavemente el cristal de la ventana, creando un ritmo melancólico que parecía sincronizarse con los latidos de mi corazón. Sentada en el borde de la cama, con los pies descalzos rozando el frío suelo, observaba el mundo exterior como si fuera un cuadro distante, ajeno a mi realidad.
Mi mirada estaba fija en el horizonte gris, pero mi mente viajaba a lugares más oscuros. Pensaba en la muerte, no como un final abrupto, sino como una presencia constante, una sombra que siempre había estado ahí, acechando en los rincones de su vida. ¿Era un enemigo? ¿Un alivio? No lo sabía. Solo sabía que la muerte tenía un extraño magnetismo, una promesa de silencio y descanso que me intrigaba y me aterraba al mismo tiempo.
Mis dedos jugaban distraídamente con el borde de mi vestido, mientras mi mente se llenaba de preguntas sin respuesta. ¿Qué quedaba después? ¿Era la muerte un vacío eterno o un renacer? ¿Era el fin de todo o el comienzo de algo más? La incertidumbre me envolvía como