No sé en qué momento dejé de llorar. Era como si mi pecho hubiera liberado algo que llevaba aprisionado durante todo ese tiempo que permanecí tirada en el suelo, sintiéndome como una completa basura. Tenía el presentimiento de que algo malo sucedería hoy, pero no imaginaba la magnitud de lo que estaba por venir.
De pronto, escuché cómo la gran puerta de metal se abría. Levanté la vista y ahí estaba Arthur, parado en el umbral, mirándome con una expresión que me rompió por dentro. Su cara estaba roja y lágrimas corrían por sus mejillas. No quería imaginar lo peor, pero algo en su mirada me lo anticipaba.
—¿Qué pasó? ¿Dónde estaban? —mi voz se quebró, mi mirada perdida en el abismo de su silencio—. Arthur, por favor, dime algo. ¿Qué pasa?
No hizo ningún movimiento, y sin titubear, me habló.
—Tu padre… por fin está en el pozo.
La noticia me sacudió, pero algo no encajaba. Si mi padre había encontrado su destino en el pozo, ¿por qué Arthur no parecía feliz? ¿Qué más podía haber pasado?
—¿