Shyla, Freya y yo terminamos de preparar la cena, pero la emoción seguía recorriendo mi cuerpo. Mi mente estaba tan dispersa que apenas podía pensar con claridad, hasta que William irrumpió en la cocina, desvaneciendo las fantasías que rondaban en mi cabeza.
Aspiró profundamente y se acercó para observar lo que hacíamos.
—Eso sí que huele delicioso —dijo mientras olfateaba y trataba de adivinar—. ¿Codornices? Oh, recordaste que son mis favoritas —sonrió a su madre y le dio un cálido abrazo.
Yo permanecí en silencio, contemplando la escena. Al verlo, sentí cómo el calor aumentaba en mi interior, y me invadió la sensación de que, si hablaba, otro gemido escaparía de mi garganta.
Ambos reían y conversaban, pero sus palabras se perdían entre las escenas ficticias que mi inoportuna imaginación me ofrecía. Apenas logré regresar a la realidad cuando noté que él se giraba hacia mí.
—Quiero que cenes con nosotros, Mariella —me dijo—. Estas personas son importantes, y necesito que mi esposa est