No sé en qué momento me quedé dormida, pero cuando abrí los ojos nuevamente, el día ya había comenzado. Hacía mucho tiempo que no experimentaba un sueño tan cálido y reconfortante, como si el mundo se hubiera detenido por un instante para darme tregua.
Shyla ya no estaba a mi lado. Me quedé absorta mirando el atardecer a través de la ventana; los tonos dorados y rosados pintaban el cielo con una belleza que parecía casi irreal. De repente, el sonido de pasos en el pasillo rompió la quietud, seguido por el chirrido de una puerta al abrirse.
Era Freya. Su rostro reflejaba una mezcla de molestia y determinación mientras entraba en la habitación y se posicionaba frente a mi cama.
—Por fin despiertas. Pensé que dormirías todo el día —dijo con un tono que no ocultaba su impaciencia.
—¿Qué quieres? Hoy no tengo ánimos para discutir contigo —respondí, intentando mantener la calma.
—No vine a pelear, Mariella. Vine a hablar directamente contigo —su voz era firme, pero había algo en su mirada q