7. Convénceme de que no es verdad.
— La cuestión es cómo haremos que sean ellos los que vengan a mí y no al revés — preguntó Elena.
Justo cuando Julian abrió la boca para hablar, el timbre vibró. Elena buscó la mirada de su hermano, pero él ya estaba absorto en el dossier de presentación de la nueva empresa.
— Debe ser el mensajero — comentó Julian, sin levantar la vista de las cifras.
— No, ese no es el mensajero — susurró Elena.
Se quedó clavada en el sitio, sintiendo un escalofrío helado subirle por la espalda y erizándole la piel. Sabía perfectamente quién estaba detrás de esa puerta. Era él, solo que él estuviera cerca le haría tensarse así, sentir así, no entendía cómo, pero estaba segura de que era él.
Julian notó su parálisis. Frunció el ceño y levantó la cabeza, siguiendo la mirada fija de Elena hacia el umbral.
— ¿Elena? ¿Qué sucede?
Pero ella no podía responder, ese nombre se quedaba atascado en el nudo de su garganta volviéndose incapaz de pronunciarlo.
— Ve a abrir — Pidió Julián notando el pánico en los