Capítulo 30. Silencios que arden
La mansión Montenegro dormía en un silencio apenas interrumpido por el leve crujir de las ramas agitadas por el viento nocturno, pero dentro, en los pasillos oscuros, el ambiente era todo menos tranquilo.
Rebecca no podía dormir.
Llevaba horas dando vueltas en la cama. La conversación que tuvo con Hernán, su padre, había sido un detonante inesperado. Él le había pedido algo que no podía darle: comprensión. Después de años de abandono, que estaban justificados a pesar de que su corazón se negara a creerlo, y las deudas de Luis; le hacía imposible poder ser comprensible ante lo que había pasado. Y por más que la voz de su padre le suplicara de una manera tan humillante, Rebecca aún podía sentir todos los recuerdos en su mente cuando lo miró directo a los ojos y le dijo que ya no le debía nada. Que ahora su vida era otra.
Y sin embargo, esa frase seguía palpitando dentro de ella. “Tu madre estaría viva si no fuera por ti.” Palabras lanzadas en un arrebato de culpa y desesperación, por