Capítulo 20. El eco de las decisiones
El silencio de la noche caía pesado sobre Buenos Aires, solo interrumpido por el susurro de los árboles mecidos por el viento. En el penthouse de Edgardo, las luces estaban tenues. Rebecca estaba recostada en la cama, con el cabello suelto cayendo en cascada sobre la almohada, y los ojos perdidos en el techo. Había algo en ella que no le daba paz: la manera en que Edgardo la miraba últimamente, como si quisiera decirle algo, pero no se animara a hacerlo.
La puerta del baño se abrió y Edgardo salió, el torso desnudo, el pantalón del traje aún puesto, y el cabello algo revuelto. La miró. Estaba hermosa, incluso con la preocupación arrugada en su entrecejo.
—¿No puedes dormir? —preguntó, acercándose a ella con pasos firmes.
Rebecca lo miró y dudó, pero luego se sentó en la cama.
—Estás raro —murmuró—. Desde que apareció Elías, hasta lo relacionado con el tipo que vigilaba el hospital donde se encuentra mi hermana.
Edgardo frunció el ceño y se sentó a su lado.
—¿Y cómo querés