Capítulo 11. Semillas envenenadas
Rebecca caminaba sola por los jardines interiores de la mansión. Había despertado con una extraña sensación en el pecho, la conversación con Edgardo esa mañana le había dejado emociones entrelazadas: deseo, confusión, y una tensión que no quería entender, a pesar de haber sido suya toda la noche. Estaba confundida, procesando como todo había ido en un rumbo diferente al que tenía planeado.
Hasta hace unos días quería irse. Escapar de las garras de ese hombre; pero ahora, solo quería seguir refugiada en esos fuertes brazos. Lo encontraba demasiado irónico, como si el destino se riera de ella en ese momento.
Sin embargo, sabía cómo iba a terminar todo, y que ella no podía negarse a lo que venía.
—Bonita mañana, ¿no crees? —La voz dulce pero punzante la sacó de sus pensamientos. Teresa estaba allí, sentada en uno de los bancos de mármol, con una taza de té en la mano. Iba vestida impecablemente, como si acabara de salir de una pasarela.
Rebecca la miró un segundo, sintiéndose irritada