Capítulo 32. Ecos de traición y susurros de amor
La noche había caído sobre Buenos Aires con una intensidad húmeda, como si la ciudad entera contuviera el aliento. En la mansión Montenegro, los ventanales dejaban pasar apenas la silueta de la luna sobre los pisos relucientes. Todo parecía en calma, pero nada lo estaba realmente.
En algún lugar del centro porteño, Teresa se encontraba sentada frente a Elías en una suite privada del Hotel Alvear. El ambiente no era romántico, era tenso. Cada palabra meditada, cada movimiento calculado.
—No me interesa lo que sientas por ella —dijo Teresa con un tono frío, cruzando las piernas con elegancia—. Lo que me importa es lo que podemos ganar si dejamos de actuar como enemigos.
Elías se reclinó en la silla con una media sonrisa, esa que usaba cuando quería que no lo subestimaran.
—Y si yo te dijera que tal vez ya estoy dentro del juego por otras razones, ¿qué harías?
—Me encantan los jugadores con secretos —murmuró ella, sin mostrar miedo—. Pero acuérdate que yo no pierdo. Nunca.
°°°
En