Capítulo 15. Cuerpos que se buscan, corazones que se temen
El sol apenas asomaba por las cortinas cuando Rebecca se giró en la cama, su cuerpo envuelto en las sábanas de satén y su mente todavía atrapada entre el sueño y la conciencia. El calor del pecho de Edgardo contra su espalda la envolvía, sólido y protector, como si el mundo exterior no pudiera alcanzarla mientras él estuviera allí.
Su respiración era profunda, pausada, y su brazo la mantenía pegada a él, como si inconscientemente no quisiera dejarla ir. Rebecca cerró los ojos unos segundos más, saboreando esa paz momentánea, ese extraño alivio que le producía su cercanía, pero entonces, recordó las miradas de Elías la noche del evento. Las palabras sutiles que intercambiaron, la forma en que Edgardo apretó la mandíbula y su mano se había apretado en su cintura, y ese beso qué, aunque tierno, parecía más una marca de advertencia que una caricia.
—Estás despierta —susurró Edgardo, con voz grave y rasposa por el sueño.
Rebecca no respondió de inmediato, solo se giró lentamente para