Capítulo 6

Después de dar varias vueltas alrededor de la habitación, Nataly se detuvo, respirando con rapidez, con la firme convicción de que la única salida a su problema era huir. Observó cada rincón del cuarto con atención y se quedó contemplando el enorme ventanal que adornaba la habitación. Se acercó, abrió cuidadosamente el panel de vidrio y miró el impresionante jardín. Su corazón se hundió al comprobar que desde allí no podía escapar: demasiado alto para saltar y con el riesgo de lastimarse gravemente. Cerró los ojos un instante, conteniendo un suspiro frustrado, y decidió que debía encontrar otra vía de escape.

Pensó en su amiga Rosa y en lo necesario que sería llamarla una vez estuviera lejos de allí, para que la ayudara a salir de la ciudad. Franco podría devolverla al burdel si la encontraba nuevamente.

Nataly se dirigió hacia la puerta y, casi brincando de alivio, descubrió que no tenía seguro. Su corazón latía con fuerza mientras se quitaba los zapatos, consciente de que huir con tacones era imposible. Descalza, avanzó por los silenciosos pasillos de la mansión, moviéndose con la cautela de un felino. Cada paso era medido; cada crujido de la madera le parecía un grito. Recordó el trayecto mientras había sido arrastrada por el guardia, lo que le permitió orientarse con facilidad. La mansión estaba tranquila; suponía que era madrugada y todo permanecía en calma.

Con el corazón encogido, logró salir de la casa sin ser detectada. Los guardias estaban reunidos con Alessandro en el despacho, y Nataly pudo escuchar las voces, lo que le dio la ventaja que necesitaba.

Una vez fuera, se dio cuenta de que la entrada principal estaba alejada. Además, debía evitar las cámaras de seguridad, así que optó por bordear los arbustos, avanzando con sigilo. Media hora después, llegó a la entrada. Las enormes puertas permanecían abiertas y, a menos de cincuenta metros, la libertad parecía esperarla. Sonrió, dejando escapar un hilo de esperanza: la pesadilla estaba a punto de terminar. Solo unos metros más la separaban de su escape.

Esperó unos segundos, conteniendo la respiración, y al ver que no había nadie, se echó a correr, impulsada por la desesperación. Pero, como había intuido, no sería tan fácil escapar: justo cuando estaba a punto de alcanzar la salida, él apareció.

Nataly no se detuvo; corrió con más fuerza, con la intención de derribarlo. Alessandro, sin esfuerzo, la atrapó entre sus brazos.

—¿A dónde coño crees que vas, ragazza? —susurró él, la voz cargada de amenaza y una calma aterradora.

—Lejos de ti —espetó Nataly, furiosa, levantando la mano y abofeteándolo con todas sus fuerzas.

Alessandro la soltó lentamente, y sus ojos grises la fulminaron con una intensidad que la hizo retroceder un paso. Nunca antes había sentido tanta ira contenida; ninguna mujer se había atrevido a tanto.

Nataly retrocedió, su pecho subía y bajaba con rapidez, dándose cuenta de que su osadía había sido peligrosa.

Alessandro respiró hondo, controlando la furia que amenazaba con desbordarse. No podía permitirse perder a esa mujer; era perfecta para sus planes. Además, debía mantener la farsa delante de todos, para que su engaño fuera creíble.

—¿Por qué quieres escapar? —preguntó con frialdad, apoyando las manos sobre sus caderas, los hombros tensos, mostrando una paciencia forzada.

—Porque soy una mujer libre —gritó Nataly, con la voz temblorosa pero firme—. No soy tu esclava, ni ahora ni nunca. No haré lo que me pides.

—Vas a hacer lo que te digo —replicó él, acercándose, su sombra cubriéndola—. Para tu desgracia y para mi fortuna, tú estabas en venta y yo te compré. Eres mía y harás lo que se me dé la puta gana.

La agarró del brazo con firmeza y llamó a uno de sus secuaces.

—Tony, llévate a mi prometida a su habitación, asegúrate de que la puerta esté bien cerrada y quiero a un par de hombres resguardándola. No quiero que mi hermosa prometida quede desprotegida.

—¡Eres un desgraciado! —gritó Nataly, forcejeando, mientras Tony la conducía de regreso a la mansión.

—Yo también te quiero, cariño —respondió Alessandro, con sarcasmo y una sonrisa glacial que le erizó la piel.

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