—¿Cómo me queda? —preguntó Natalia, girando frente al espejo y acomodándose el vestido con una mano sobre la cintura.
Ofelia la observaba desde detrás, sonriendo por el reflejo.
—Te queda precioso, bambina. Estás radiante; una embarazada muy atractiva —respondió la mujer con honestidad, sus ojos cálidos atravesando el cristal.
Natalia había pedido a la ama de llaves que la acompañara a dar un paseo; estaba saturada de paredes y necesitaba aire. Primero hicieron una visita a Rosa, su abuela. La anciana la recibió con los brazos abiertos; la alegría de ver a Natalia sonriente y tan avanzada en el embarazo le arrugó el rostro en una emoción auténtica. Al salir, el chofer las condujo al Alto Manhattan, y comenzaron a perderse entre tiendas y escaparates hasta que una boutique llamó su atención.
Al principio Natalia se mostró recelosa, pero Ofelia la convenció con entusiasmo maternal. Allí estaban, probándose ropa de maternidad; al principio cohibida, pronto se sintió cómoda, acariciando e