Alessandro salió del hotel todavía confundido. Su chofer seguía inmóvil frente al vehículo, expectante. Apenas lo vio, se bajó con rapidez y le abrió la puerta. Alessandro subió al auto, cerró los ojos unos segundos y trató de recordar algo… pero nada venía a su mente. Absolutamente nada. La habitación, Anabella, la bebida… todo era un vacío en su memoria.
El viaje hacia la villa fue silencioso, apenas roto por el rugido del motor. Cuando llegó, se sorprendió al ver a Natalia sentada en uno de los sofás del salón principal. Sus ojos se iluminaron al percibirlo y, antes de que pudiera pensar, se levantó de un salto, corrió hacia él y lo abrazó con fuerza, enterrando su rostro en su pecho.
—¡Pensé que te había ocurrido algo! —sollozó, la voz quebrada por el miedo que había guardado toda la noche.
Alessandro sintió un estremecimiento en el pecho. Nunca ninguna mujer le había mostrado un cariño tan puro y desesperado. No esperaba abrazos, ni lágrimas de alivio; esperaba reproches, regaños