Natalia despertó con la sensación de haber pasado por un torbellino. Parpadeó, la luz blanca del hospital le dolió un instante y luego fue consciente del olor a desinfectante y del latido monótono de la máquina junto a la cama. Cuando alzó la cabeza, vio a Alessandro inclinado sobre ella, su figura recortada contra la puerta.
—Hola, principessa —musitó él, intentando una sonrisa que le tembló en los labios.
Ella permaneció en silencio unos segundos, como si necesitara ordenarse por dentro. Una marea de sentimientos la atravesaba: miedo, rabia, ternura confusa. Tragó saliva y dirigió la mirada hacia él.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Alessandro, la voz baja, suave, con una ternura que le salía sin querer.
—Como si me hubieras tirado por las escaleras —contestó ella, y su sonrisa fue un hilo fino, forzado.
El rostro de Alessandro se oscureció; por un instante la culpa le cruzó el semblante como un relámpago.
—Lo siento —susurró, con los ojos levemente vidriosos, clavando la mirada en la s