—No quiero que vuelvas a tocarme, no voy a permitir que vuelvas a hacerme daño ni a burlarte de mí —escupió Natalia con la voz rota. Lo odió en ese momento. Lo odió con toda su alma… pero también lo deseó con la misma intensidad. Su cuerpo la traicionaba: ansiaba golpearlo, gritarle hasta quedarse sin voz, y al mismo tiempo morirse por besarlo. Alessandro la exasperaba como ningún hombre lo había hecho jamás; era un canalla, un mentiroso, y aun así, bastaba con que se acercara para que el deseo corriera por sus venas como una droga imposible de rechazar. Esa contradicción la desgarraba y la frustraba aún más.
El rostro de Alessandro se tensó, su expresión se volvió sombría, y en su silencio maldijo una y otra vez a Anabella. Solo ella podía haber envenenado a Natalia de esa manera.
—Déjame explicarte —dijo él, intentando mantener la calma, la voz grave y baja, casi suplicante.
—¡No me expliques nada! —lo cortó Natalia con brusquedad, dándole la espalda.
Y sin darle oportunidad de repl