Alessandro se marchó de la habitación de Natalia una vez que el fuego de la pasión se difuminó. Cerró la puerta despacio, como si temiera despertar lo que había dejado atrás. Sus pasos lo llevaron hasta su despacho, donde se dejó caer en la butaca de cuero, con las manos hundidas en el cabello y el pecho aún agitado.
Sabía que estaba cometiendo una canallada, pero si se quedaba a su lado la tomaría de nuevo, una y otra vez. El hambre por ella no había disminuido en lo absoluto; al contrario, cada vez que cerraba los ojos, volvía a sentirla temblando bajo su cuerpo.
Pero no podía hacerle eso.
No a Natalia.
El acostarse con ella había sido un error, uno que lo cambiaba todo. En sus planes nunca estuvo alterar su vida de esa forma. Desde el inicio había sido claro consigo mismo: un año de matrimonio, luego el divorcio, y a cambio, una suma considerable de dinero para que pudiera empezar de nuevo, lejos de él y de La Familia. Ese había sido el trato. Ese había sido el plan.
Pero ahora ese