Morgan
La mujer comenzó a sacar vestidos de todos los estilos posibles. Colores marfil, blanco puro, crema; telas rígidas y telas vaporosas; pedrería exagerada, encajes cargados y brillos que parecían diseñados para deslumbrar en la alfombra roja, no en un altar. Cada vestido era peor que el anterior. Excesivos, recargados y tan fuera de mi estilo que me daban ganas de arrancarle la sonrisa falsa a la mujer y salir corriendo.
—¿Es que no tienen nada que no parezca salido de un maldito cuento de hadas? —murmuré después del quinto desastre que me mostraba.
Stefan me observaba con esos ojos grises que parecían escanear cada una de mis reacciones. Lo ignoré, volviendo mi atención a la estantería que había a mi derecha. Y entonces lo vi.
El vestido.
Era increíblemente elegante y minimalista. Un vestido de satén blanco perla que caía con suavidad desde los hombros hasta el suelo, siguiendo la línea del cuerpo con una sutileza que resultaba casi etérea. No tenía pedrería exagerada ni encajes