Alaric se inclinó, evaluando las líneas de visión en el mapa. —Si se mueve…
—Pasará entre dos de mis guardias y uno de los tuyos —lo interrumpió Seraphine.
Alaric asintió. —Suficiente.
Al acercarse el mediodía, el aroma de la cocina empezaba a invadir los pasillos: especias intensas mezcladas con carne asada y pan caliente. Seraphine no tenía hambre, pero sabía que esto formaba parte del juego: hacer que cada invitado sintiera que se le ofrecía un lujo imposible de devolver con fuerza.
Echó un vistazo rápido a la cocina. Los cocineros se inclinaban al verla pasar, sin dejar de trabajar. Alaric se quedó en la puerta, observando con la misma mirada aguda que usaba al estudiar un campo de batalla.
—Incluso controlas el recorrido de las cucharas —comentó.
—Las cucharas, las