La sentencia de Mateo había sido definitiva. Su tono no dejaba espacio para réplica. Se dio la vuelta y, sin una palabra más, caminó hacia su despacho. Abrió la caja fuerte con movimientos precisos, sacó una cantidad considerable de dinero, lo colocó dentro de un sobre grueso y volvió por el mismo camino. Sus pasos sonaban distintos, más pesados. Finales.
—Ahí tienes tu liquidación —dijo al extenderle el sobre—. Es más de lo que te corresponde. Quiero que tomes tus cosas y te vayas de inmediato.
Clara se quedó helada. El sobre temblaba en sus manos, pero Mateo no la miraba con piedad. Solo con decepción.
—No puedo creer que te atrevieras a tratar así a Rocío… y a Kany. Por suerte, escuché absolutamente todo. Por eso te creí, cuando antes dudaba. Porque ya no hablaban tus palabras, sino tu verdadera intención.
—Señor Mateo, por favor… —suplicó Clara, arrodillándose frente a él, las manos unidas como si rezara—. Entiéndame, estaba desesperada. Tenía miedo de quedarme sin trabajo. Todo l