Se miró al espejo una última vez. El rostro pulido, el cabello perfecto. Detrás de esa fachada no quedaba ni rastro de la dulce niñera. Solo quedaba el instrumento de un plan sin retorno.
—Esta vez sí —se dijo a sí misma, apretando los dientes—. Esta vez salgo con la niña en brazos.
Salió de la habitación con pasos livianos. En la penumbra del pasillo, la casa parecía dormida. Pero Clara sabía bien que el silencio no siempre era señal de paz. A veces, solo precedía al grito.
Mateo era otro que no podía dormir. Se revolvía en la cama desde hacía horas, con la mente poblada de pensamientos que no lo dejaban en paz. Las palabras de Rocío lo seguían como un eco. “No pienso dejar a mi hija en una casa a la que no pertenece.”
Le dolía. Más de lo que estaba dispuesto a admitir.
No podía evitar preguntarse si la había juzgado mal. Si dejarla sola, si empujarla hacia los márgenes de la casa, fue realmente por protección… o por miedo. Y lo que era peor, ¿Qué había hecho al entregarle a Sofía a