Adara asintió enmudecida y sobrecogida por todas aquellas emociones que contrarias unas a otras, la mantenían en un vilo que no lograba entender. Comenzando a caminar en medio de aquel hermoso pasillo alfombrado cubierto de pétalos de rosas y rodeado de personas que la miraban con una mezcla de extrañeza y confusión, la hermosa Luna se mantuvo firme del brazo de su querido rector Armando, mientras la profesora Kristen cubría cada paso dado por ella por más bellos pétalos blancos.
Su belleza era indescriptible, aquel era un hermoso vestido de princesa que la hacía lucir como la de un cuento de hadas, sus mangas largas y abiertas dejaban ver la blanca piel de sus brazos, y su fino y recatado escote cubierto de perlas que brillaban hermosamente bajo el sol, hicieron que Adara pareciera etérea, tan sublime y bella como Dante la había imaginado. Quedándose sin aliento viendo a la mujer que había adorado desde que era un niño caminando hacia ella entre pétalos y bajo la tenue luz del sol,