Valeria abrió los ojos al amanecer. Lo primero que hizo fue voltear la cabeza para ver el otro lado de la cama. Estaba vacío. Exhaló un suspiro de alivio, una pequeña victoria después de la noche tensa. Se levantó, intentando en silencio reincorporarse a la normalidad de su día.
Pero su momento de paz duró poco. La puerta del baño se abrió de repente y Alexander salió de allí. Llevaba solamente una toalla en la cintura, dejando al descubierto su ancho pecho y su cuerpo musculoso y grueso. Su gargantase se secó ante la escena; gotas de agua se deslizaban por su piel.
Valeria se detuvo en seco. Su respiración se aceleró y sintió el calor subir de nuevo por sus mejillas. Se cubrió con los brazos, como si pudiera esconderse, y desvió la mirada.
Una risa suave y traviesa escapó de los labios de Alexander. Notó el rubor de ella y encontró su reacción divertidísima.
—Seguro te gusta lo que ves. ¿Te avergüenza, Valeria? —soltó, con voz ronca y una sonrisa de lado—. No tienes por qué. Ya me ha