En lugar de irse a casa, Alexander recibió una llamada en el auto. Era Diana, y quería hablar con él. A los pocos minutos, su vehículo se detuvo frente a la imponente mansión de los Beaumont. Apenas entró, el lujo y la formalidad del lugar lo envolvieron. Diana y Alejandro lo esperaban en la sala de estar.
—Alexander, qué bueno que has venido de verdad —admitióla madre de su esposa, su voz temblaba ligeramente a pesar de su porte sereno—. Siéntate. ¿Te gustaría algo de beber? ¿Comer?
Alexander, cansado y con la mente puesta en la confrontación que había dejado a medias en su casa, negó con la cabeza.
—No se molesten. Agradezco la invitación, pero prefiero que vayan al grano.
Diana asintió, su mirada llena de una profunda preocupación.
—Estoy muy inquieta —comenzó, sus manos entrelazadas en su regazo—. Alexander, necesito que averigües sobre ella. Quiero saber cómo ha estado viviendo todo este tiempo, quiénes la han criado y cómo fue que terminó con esa otra familia. Necesitamos saber