Luego de que la llamada de trabajo terminara, Alexander se dirigió a su habitación. Se duchó para quitarse el estrés del día y, ya más relajado, fue a la cocina a comer algo. Se sentó en el mismo lugar de siempre, solo. Después de hacerlo, se detuvo frente a la puerta de la habitación. La empujó sin avisar, revelándola acostada en la cama, pero no durmiendo. Su mirada estaba perdida en el techo.
—Quiero que sepas que ya no vas a dormir aquí —soltó Alexander, con voz firme y sin preámbulos—. Esta será la última noche que duermas aquí. Dormirás conmigo a partir de mañana.
Valeria se incorporó. Lo observó con incredulidad.
—¿Todavía pretendes que acepte algo como eso? No voy a dormir contigo.
Una sonrisa arrogante apareció en el rostro de Alexander. Se llevó un dedo a la barbilla, mirándola con desdén.
—Eres una mujer bastante peculiar —dijo, su tono de burla era evidente—. Te niegas a dormir conmigo ahora, sin embargo, en su momento accediste a pasar la noche conmigo sin conocerme.
Vale