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Alexander se puso de pie, y todos los presentes en la sala de reuniones prestaron atención instantánea. Como era habitual, era un orador sumamente hábil, explicando con claridad y naturalidad los puntos clave de la reunión, detallando lo que harían para asegurar el éxito rotundo del próximo proyecto. La emoción por el plan era más que claro en la sala.

—¿Alguien tiene alguna objeción? —preguntó, recorriendo con la mirada a los presentes.

Nadie parecía tener ningún problema; todos asentían en acuerdo con su exposición. Alexander consideró adecuado dar por finalizada la sesión.

—En ese caso, terminamos por el día de hoy. Pueden ir a almorzar —les dijo a todos.

Uno a uno, se levantaron, intercambiaron apretones de manos y comentarios, y salieron lentamente de la sala. Alexander, sin embargo, se quedó sentado, terminando de echarle un vistazo a su proyecto personal.

En ese momento, Elena, su secretaria, se acercó tímidamente.

—Señor, usted también debería ir a almorzar —le sugirió con c
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