Valeria observó cómo Alexander sacaba de la bolsa varias viandas con la comida. Él comenzó a servir en un plato, encargándose de todo con una solicitud que la sorprendió. Callada, se unió a él en la mesa. La mujer aspiró hondamente, dándose cuenta de que el aroma era demasiado delicioso; sus fosas nasales estaban agradecidas. Olía sumamente bien, y la comida se veía apetitosa.
—¿Puedo saber qué es lo que realmente vamos a comer? ¿Qué es este platillo? —preguntó, con ganas de saberlo.
Alexander se animó a explicarle un poco, detallando los ingredientes.
—Pues es comida tailandesa.
—Nunca he comido esto —admitió Valeria, asintiendo.
—De seguro te gustará. Pruébalo —le animó Alexander, esperando su reacción.
Ella llevó un bocado a la boca y, de repente, levantó el dedo en un gesto de aprobación silenciosa. Alexander se sintió satisfecho; a ella realmente le había gustado esa comida. Valeria terminó su platillo mucho antes que él y, de hecho, se atrevió a confesar:
—Pues, realmente me ap