La voz exigente de su madre, Marina, atravesó sus oídos como una lanza. No era una petición, sino una orden.
—Hijo, tienes que venir a cenar con nosotros. También vendrán los padres de Dina, así que quiero que estés presente. No te ausentes, por mucho trabajo que tengas, lo más importante es la familia. No lo olvides, por favor.
Alexander se pasó la mano por la frente, sintiendo el agobio de un día que no parecía tener fin.
—¿Realmente tiene que ser hoy, madre? Estoy demasiado ocupado, tengo muchas cosas en la cabeza y asuntos que resolver. No creo que pueda ir.
Un resoplido de exasperación llegó del otro lado de la línea.
—Tienes que hacer todo lo posible para venir. No es posible que los padres de tu prometida y tu prometida estén aquí, y tú no. Es una falta de respeto. Te lo repito, no es una petición, ¡es una orden, hijo!
Marina colgó sin darle oportunidad de responder. Alexander se quedó con el teléfono en la mano, sintiendo la presión de la obligación. Suspiró, y sabiendo que no