El sol apenas se asomaba cuando Valeria despertó, con un nudo de nerviosismo en la boca del estómago. La fecha del encuentro había llegado. No quería verlo, no quería recordar sus palabras ni tener presente sus amenazas, pero sabía que era la única forma de tomar el mando de la situación. Debía cambiar el juego, ponerlo a jugar en sus propias reglas sin que él se diera cuenta.
Se miró al espejo de cuerpo completo, ensayando una expresión de seguridad y convicción para ocultar el miedo que la devoraba por dentro.
Alexander y Valeria habían acordado verse en un café a poca distancia. Ella iría caminando, él en su auto. Cuando Valeria llegó, el hombre ya la esperaba en una mesa, con una calma que parecía casi obscena. Se veía relajado, como si nada en el mundo pudiera perturbarlo, mientras ella sentía la tensión recorrer cada músculo de su cuerpo, el miedo palpitando con la fuerza de un tambor.
—Señor Baskerville, estoy aquí —anunció con una voz que, a pesar de su esfuerzo, sonó un poco