03

Valeria observaba el reloj, esa pieza valiosa, por un momento quiso venderlo. ¿Cuánto dinero podría obtener por algo así? Lo suficiente para pagar las cuentas, para respirar por un mes, quizás más. La idea, tan dulce como peligrosa, se le cruzó por la mente, un destello oscuro en su momento de debilidad.

Pero su honestidad, arraigada incluso en los rincones más profundos de su desesperación, se rebeló. Sería un robo, un acto que iría en contra de todo lo que ella era.

—No —murmuró, sacudiendo la cabeza como si quisiera espantar al diablo.

Con un suspiro, guardó el reloj en un lugar que creyó seguro, lejos de miradas indiscretas, aunque vivía sola. Al final tomó una bolsa que solía usar para salir, la misma que siempre llevaba consigo, y deslizó el reloj en su interior, ocultándolo entre otros objetos personales. Allí estaría a salvo, invisible para cualquiera.

Valeria intentó retomar su rutina, pero el sabor amargo de la humillación la perseguía. Sin embargo, la vida no esperaba, y la necesidad económica la obligaba a seguir adelante. Envió más currículums, buscando cualquier oportunidad, por pequeña que fuera.

Mientras tanto, Mark y Michael reportaban a Alexander esa mañana, el teléfono de Alexander sonó.

Era Mark.

—Señor, la tenemos —la voz de Mark sonaba tensa, pero con un matiz de alivio—. Nos tomó más de lo esperado, pero la rastreamos.

Alexander se enderezó en su silla, una sonrisa sombría asomando en sus labios.

—¿Y bien? ¿Quién es nuestra escurridiza ladrona?

Mark procedió a recitar la información: el nombre completo de Valeria, su dirección, incluso su correo electrónico y algunos detalles sobre su situación económica, obtenida a través de fuentes menos convencionales.

Alexander escuchó con atención, cada dato confirmando su hipótesis de que se trataba de alguien desesperada, alguien que "necesitaba" su reloj. Una idea maquiavélica comenzó a gestarse en su mente.

—Excelente trabajo, Mark —lanzó Alexander con una frialdad calculada—. Ahora, preparen un correo electrónico. Una invitación a una entrevista. Quiero que el destinatario sea Valeria. Y quiero que la empresa sea el Grupo Empresarial Baskerville.

Y entonces, un día, el correo electrónico de Valeria vibró. Un nuevo mensaje, con un asunto formal y el logo de una compañía desconocida: "Grupo Empresarial Baskerville". Valeria frunció el ceño. ¿Baskerville? El nombre era tan ostentoso y largo que le resultaba completamente ajeno. Abrió el correo con cautela. Era una invitación a una entrevista de trabajo.

Al principio, una oleada de sorpresa la invadió. No recordaba haber enviado su currículum a esa compañía en particular. Su mente repasó la lista interminable de aplicaciones que había enviado en las últimas semanas. Podría ser que, en su desesperación, lo hubiera hecho. En medio de la confusión, una chispa de esperanza se encendió en su pecho.

Tal vez, después de todo, el universo le estaba dando otra oportunidad. Se aferró a esa idea con todas sus fuerzas. Esta vez, sí. Esta vez sería la vencida.

A la mañana siguiente, el día de la entrevista, Valeria se vistió con esmero, eligiendo su mejor atuendo. El nerviosismo le revolvía el estómago, pero también había una marcada decisión en sus ojos. Al llegar a la dirección indicada, su aliento se atascó en la garganta. El edificio se alzaba imponente, un monolito de cristal y acero que se perdía entre las nubes. Era un lujo que nunca antes había presenciado, más imponente que cualquier otra oficina en la que hubiera estado. El vestíbulo era una sinfonía de mármol pulido y arte contemporáneo.

—Es… demasiado prestigioso —murmuró para sí misma, sintiéndose repentinamente pequeña e insignificante.

Pero infundió valor. "Puedo hacerlo esta vez", se repitió. "Soy capaz".

Subió en un ascensor panorámico, que la llevó a un piso aún más deslumbrante.

Habían otros candidatos, con atuendos impecables y expresiones serias, esperaban su turno. Finalmente, llegó el momento. La secretaria pronunció su nombre, y Valeria, con el corazón latiéndole desbocado en el pecho, avanzó hacia la puerta.

Entró en la sala de entrevistas con la mirada baja, el peso de sus nervios y la vergüenza pasada aún sobre sus hombros. Había tres personas sentadas detrás de una larga mesa de caoba. Levantó lentamente la vista, y en ese instante, el mundo pareció detenerse.

Sus ojos verdes, cargados de aprensión, se encontraron con un par de ojos grisáceos que la miraban fijamente, intensos y fríos como un témpano de hielo. Era él. Alexander. El hombre con el que había pasado la noche.

La sangre se le heló en las venas. Su rostro se cubrió de un rubor ardiente, la vergüenza se disparó, no solo por la situación incómoda, sino por el recuerdo vívido de su vulnerabilidad, de su desesperación, de su abandono esa noche. Alexander, con una expresión pétrea que no revelaba ni una pizca de la diversión que había mostrado en el club, la observaba.

Las preguntas comenzaron. Los otros entrevistadores hablaban, pero Valeria apenas los escuchaba. Su mirada seguía atrapada en la de Alexander, que permanecía en silencio, su presencia dominando la sala. Cuando llegó su turno, el aire se tensó aún más.

Alexander, que obviamente era el director de la empresa, se levantó lentamente de su silla, la figura imponente del hombre la puso mas inquieta. Se acercó un paso, sus ojos fijos en los de Valeria, una mirada aniquilante que la paralizó.

—Escuchen todos —comenzó Alexander, su voz se escuchó con una autoridad gélida que helaba la sangre de todos los presentes—. Tengo el placer de presentarles no solo a una candidata más para este puesto, sino también a una ladrona.

Valeria sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Sus ojos se abrieron en shock, incapaces de procesar lo que acababa de escuchar. El mundo giró a su alrededor. Alexander, con una sonrisa cruel que apenas llegó a sus labios, continuó.

—Sí, así es. Una mujer que, aprovechándose de una situación… conveniente, decidió apropiarse de algo que no le pertenecía. Y no cualquier cosa, sino una pertenencia de gran valor personal para mí. Una que, por cierto, tengo la intención de recuperar.

Las palabras la golpearon como puñaladas, una tras otra. Valeria estaba impactada, petrificada. No supo qué hacer, cómo reaccionar.

Las miradas de los otros entrevistadores, de los demás candidatos, se clavaron en ella, llenas de juicio y asombro. Se sentía expuesta, humillada, aplastada por la crueldad de ese hombre que la acusaba sin pruebas.

Entonces como un rayo, lo recordó. ¡El reloj!

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