04

La acusación de Alexander delante de todos, la llenó de vergüenza, se tiñó su cara de un rojo furioso. ¿Ladrona? ¿Delante de todos esos desconocidos? El oprobio era insoportable. Sin mirar a nadie, solo con el impulso de escapar, se dio la vuelta y se dirigió a la salida, el corazón desbocado y el pánico secándole la garganta.

—¡Valeria! —la voz fuerte de Alexander la detuvo antes de que pudiera llegar a la puerta.

Ella siguió andando, sus piernas temblorosas apenas obedeciéndole, desesperada por huir. Justo cuando estaba a punto de salir, una mano férrea se cerró alrededor de su antebrazo. Alexander la detuvo con fuerza, su agarre firme. El contacto le provocó un ardor que se extendió rápidamente por su piel. Estaban en el pasillo, fuera del alcance de los oídos curiosos y miradas indiscretas.

Valeria se giró bruscamente, arrancando su brazo de su agarre,.

—¿Qué es lo que quiere de mí? —espetó, la voz temblaba a pesar de su esfuerzo por controlarla—. ¡Yo no soy ninguna ladrona! ¡Todo esto es una confusión!

Alexander la miró de arriba abajo, una ceja arqueada, una expresión de burla.

—¿Confusión? ¿En serio? —su voz era un susurro peligroso, cargado de sarcasmo—. ¿Y qué me dices de mi reloj? ¿Me dirás que no lo tienes tú?

La indignación se apoderó de Valeria. Él no le creía. Ni una sola palabra.

—¡Claro que sí lo tengo! —replicó, cruzándose de brazos, su mirada de fuego intentando perforar la arrogancia de él—. No soy una ladrona. Lo guardé para devolvérselo si me lo encontraba, ya que usted no dejó ninguna nota ni contacto.

Se le acercó un paso, el pecho de Valeria subiendo y bajando con fuerza. Metió la mano en su bolsa de tela y, con un movimiento brusco, sacó el reloj.

Y se lo dio con desdén.

—Aquí está. Su preciado reloj —escupió, la voz cargada de amargura.

Alexander tomó el reloj, sus dedos rozando los de ella por un instante. Él lo inspeccionó, sus ojos grisáceos escaneando la pieza. Su expresión se volvió más oscura. Antes de que Valeria pudiera alejarse, su mano volvió a aferrar su antebrazo.

El ardor regresó, un escalofrío que le recorrió la espalda.

—Escúchame bien, Valeria —advirtió Alexander, acercándose un poco más, su aliento rozando el rostro de ella. Sus ojos, antes fríos, ahora brillaban con una intensidad peligrosa—. Iré con las autoridades. Tengo demasiado poder en esta ciudad, y puedo hacerlo con solo mover un dedo. No te será difícil terminar tras las rejas por robo. Así que es preferible que aceptes la propuesta que tengo para ti.

Los ojos de Valeria se abrieron de par en par.

—¿A qué se refiere con eso?

Alexander soltó su brazo, una sonrisa divertida, casi maliciosa, torciendo una comisura de sus labios.

—El puesto que buscas en esta compañía, olvídate de él. Te daré una puesto de acuerdo a lo que eres.

—Yo...

Alexander se cruzó de brazos, su pose dominante, su mirada condescendiente.

—Quiero que te conviertas en la chica de los recados —declaró sin rodeos—. Si no quieres que te denuncie a la policía, entonces acepta ser la chica de los recados.

Valeria resopló, indignada. ¿La chica de los recados? ¿Un puesto de servidumbre? La ofensa la ahogó.

—¡No! —soltó —. No haré lo que me está diciendo.

La sonrisa de Alexander desapareció, su rostro se volvió duro.

—No te hagas la tonta. Tengo toda la información sobre ti, Valeria. Sé dónde vives, sé que estás desempleada, sé que estás en aprietos. —su voz goteaba desprecio, mirándola con clara inferioridad—. Acabarás aceptando cualquier cosa.

Los ojos de Valeria se llenaron de lágrimas, ese hombre la humillaba.

Lo enfrentó.

—¿Por qué me está amenazando con algo así? —su voz se quebró—. ¡Sabe perfectamente que no tuve intenciones de robarle su reloj! Ni siquiera lo habría traído aquí. ¡Así que no invente cosas que no son verdad!

Alexander inclinó ligeramente la cabeza, una expresión de fría diversión en sus ojos.

—Eres tan divertida —se burló —. ¿Qué te cuesta obedecer como el resto? Ahora mismo se me está acabando la paciencia... El hecho de que te llevaras el reloj sin dejarlo al personal del hotel habla de tus intenciones. Esto no es solo un descuido; es un robo premeditado. Tengo suficiente evidencia para ir a la policía, así que te ofrezco una salida: acepta el trabajo, o enfrentarás las consecuencias.

Valeria bufó, no tenía otra opción. No solo quería evitar ir a la cárcel por culpa de un tipo como ese, que era capaz de fabricar pruebas en su contra. Más allá de eso, Valeria ciertamente se sentía acorralada por ese hombre; tenía deudas por pagar y debía varios meses de alquiler. Se sentía tan asfixiada.

Así que asintió.

—Aceptaré el empleo —susurró derrotada.

Y, giró sobre sus talones para irse.

—Te enviaré un correo con lo que necesitas.

Ella siguió su camino.

Alexander se quedó allí, en el pasillo, observando la silueta de Valeria desvanecerse. Una sonrisa de triunfo, teñida de su habitual soberbia, se extendió por su rostro. Justo entonces, su teléfono sonó. Era su padre.

—Los preparativos para tu boda con la señorita Beaumont ya están en marcha.

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